Capítulo 2
Ambos corazones latieron con fuerza. Samanta no pudo evitar
sonrojarse y Dominik lo notó, gesto que lo hizo sonreír.
—Eres tú —masculló y sacudió su cabeza con fuerza—. ¿Trabajas
aquí?
La chica asintió con la cabeza.
Dominik se acercó de nuevo a la barra y miró a ambos lados,
por suerte no había clientes esperando por ser atendidos.
—No te preocupes—dijo ella—.No chocaré de nuevo contigo, así
que no te asustes —soltó una leve carcajada—. Perdona por lo de ayer, enserio
lo lamento —Sam atropelló las palabras al hablar.
—No. Ni lo digas. Yo estaba distraído y… no te vi —él se
encogió de hombros—. Estaba… —Dominik se calló al percatarse de lo que iba a
decir.
«¿Estaba buscándote? ¿En serio, Dominik? ¿Podrías buscar otra
manera de no sonar tan acosador?». La voz de su conciencia le espetó.
Samanta frunció el entrecejo al ver que el hombre frente a
ella hacía gestos extraños.
»Ehmmm, yo… —balbuceó él.
—¡SAMMY!
Una voz hizo que Sam girará su rostro de golpe en dirección a
quien la llamaba. Pudo ver a su jefe al otro lado del local, haciéndole señas.
»Necesito que me eches una mano —dijo Gordon.
Samanta se giró hacia Dominik y sonrió.
—¿Sammy?—Dom repitió el nombre y no pudo evitar sonreír como
idiota.
—Samanta. Mis amigos me dicen Sam, pero mi jefe me dice Sammy
cuando está… —se giró y miró a Gordon de nuevo, quien llevaba un montón de
cajas entre sus brazos—, estresado —agregó ella.
—Samanta es un nombre muy hermoso —susurró Dominik.
—Debo… —ella señaló hacia un lado.
—Si, por supuesto. Ve. Yo ya me iba, sólo venía a… —él se
calló de golpe a pensar en lo que iba a decir. ¿Decirle que estaba allí,
buscándola? Sonaría como todo un stalker, así que decidió mentir—, buscar un
amigo.
Sam sintió algo de decepción, pero no lo demostró. En
cuestión de segundos se armó una novela en su cabeza. Imaginando que él estaba
allí por ella. El príncipe azul que va en busca de la chica, ambos víctimas del
destino.
«Entrégale su iPod». Habló la vocecita en su cabeza.
Él metió su mano en el bolsillo de su suéter y sujetó el
aparatito. Pero hubo algo que le impidió devolvérselo a su dueña. Era como si
al hacerlo se resignara a no verla nunca más y no quería despedirse de ella.
Conservar el iPod sería la excusa perfecta para ir a verla de nuevo. Quería
verla de nuevo, charlar con ella… conocerla.
Samanta asintió con la cabeza e hizo un mohín, agitó su mano
y se retiró a ayudar a su jefe. Dominik se dio la vuelta y se alejó de allí,
deseando poder quedarse, pero debía apresurarse o llegaría tarde al entrenamiento.
***
Al mediodía, Carlos se unió a la jornada laboral. Saludó a su
amiga y continuó hacia el interior de la cafetería, pues Samanta estaba
terminando de arreglar algunas cosas en el mostrador y él ayudaría a su jefe a
organizar los productos que llegaron en la mañana.
Gordon Harris tenía 32 años y era uno de los gerentes más
jóvenes de la cadena de Starbucks. Se preparó muy bien en Gerencia en la
Universidad del estado de Utah, en la Escuela de Negocios. Aunque su objetivo
era administrar algún restaurante de una afamada cadena, Starbucks era su
primer trabajo en Los Ángeles, donde sirvió cafés, tés, merengadas y helados
por casi cuatro meses. Le tomó muy poco tiempo escalar posición y convertirse
en el encargado del personal. Él fue el encargado de entrevistar a Sam y a
Carlos el día que ambos decidieron presentarse para los puestos de atención al
público. Dos meses más tarde, Donald Ramsey, el gerente y encargado del
establecimiento, fue despedido, al comprobarse que maquillaba los informes de
contabilidad para robar unos miles de dólares. La vacante fue ocupada por
Gordon, por orden de la directiva de la cadena.
Harris era un jefe espectacular, compresivo y considerado con
sus empleados, siempre dispuesto a ayudarlos. No actuaba como un jefe, sino
como un amigo, de esos que tienen voz de mando y son líderes por naturaleza,
pero sin dejar de ser amigable. Samanta y Carlos lo adoraban, y era por esa
razón que siempre trataban de ayudarlo en todo, pues Gordon merecía la misma
reciprocidad por parte de sus empleados.
Sam tuvo que almorzar sola en una de las mesas aledañas a la
cafetería, pues su amigo acaba de entrar al turno. Ese día era una excepción,
ya que ambos trabajaban en el mismo horario. Sam
reponía las horas del día anterior.
Comió con toda la calma de mundo, pues no era como las otras
chicas, que comían en 10 minutos y los otros 50 minutos de la hora de almuerzo
la disponían para dar vueltas por el aeropuerto y ver guapos turistas ir y
venir, como lo hacían Megan y Stacy, dos chicas que trabajaban el mismo turno
que Carlos y Sam, pero sólo de viernes a domingo. Eran pesadísimas y Samanta
estuvo a punto de sacarles los ojos, un par de veces.
El resto del día fue aburrido.
«Su rostro, su sonrisa…».
Samanta no podía creer que pensara tanto en alguien que
apenas había visto dos veces.
—Dominik —dijo el nombre entre dientes y sonrió—.
D-O-M-I-N-I-K —lo deletreó, burlándose de la forma odiosa en que él lo deletreó
en la mañana, para que ella no se equivocara al escribirlo. —Pero que mono es
—continuó hablando.
—¿Hablando sola?—La voz de Carlos la hizo dar un brinco.
—¡Vaya! Por fin logro verte hoy —comentó ella a modo de
chiste, pues desde que su amigo llegó, había estado en el depósito con Gordon,
arreglando la nueva mercancía.
—Salgamos al descanso —indicó él, extendiendo su mano hacia
ella. Sam la sujetó y ambos salieron por la puerta trasera del lugar.
Se sentaron sobre unas cajas de madera. Carlos sacó un
cigarrillo y lo encendió. Le dio una fumada y se lo pasó a su amiga.
—¿Qué tal la mañana?—Preguntó él.
—Bastante normal, aunque… —Sam botó el humo—, ¿te acuerdas
del sujeto del que te hablé, con el que tropecé ayer?
—Sí. ¿Qué sucede con él?—Carlos sujetó el cigarrillo que le
devolvió su amiga y le dio una larga fumada.
—Le he servido un Frappuccino esta mañana.
—¿Qué? ¿Pero qué dices? ¿Cómo rayos sabía dónde
trabajas?—Carlos abrió los ojos con asombro.
—No lo sabía. De hecho, tuve que hacer algo para que se diera
cuenta de mi presencia —Samanta se encogió de hombros.
—¡Oh por Dios! ¿Qué hiciste?—Carlos la miró, frunciendo el
entrecejo.
—Escribí algo en su vaso.
Carlos dio una fumada y soltó el aire de golpe.
—¿Qué rayos le escribiste?
—¿Has tropezado con alguien, hoy? Ya sabes, en relación a lo
de ayer.
—¿Y qué hizo él?
—Se giró, me miró y sonrió. Una sonrisa encantadora, por
cierto…
—¡Basta! No quiero esos detalles —dijo Carlos,
interrumpiéndola.
Lo cierto era que Carlos llevaba un par de semana sintiendo
algo extraño por su amiga, a quien desde un principio veía como eso, una amiga.
No entendía que rayos le sucedía, tal vez era el hecho de que Samanta comenzaba
a comportarse como una mujer de verdad y no como la niñita tonta que hacía todo
lo que Alan O’Conell, (su estúpido ex novio), le ordenaba. Se sintió aliviado
al recordar que su amiga se libró de esa alimaña, que nada bueno aportaba a su vida.
Tenía problemas de drogas y de ira, ¿pero adivinen qué? Tocaba en una banda de
rock, y eso lo hacía irresistible ante las damas, además de que era Senior, en
una época donde Samanta era apenas Sophomore.
No había nada más emocionante para una chica del segundo año, que salir con uno
de los chicos más populares de la preparatoria.
—Noté algo inquietante en él —la voz de Sam lo hizo regresar
al presente. Carlos sacudió su cabeza con fuerza y se concentró en la charla
actual.
—¿Qué cosa?
—Parecía esconderse, llevaba un par de gafas de sol y un
suéter de capucha. Me da la impresión de que no quería que lo reconocieran.
—Es lógico, por lo que me contaste ayer y todo el rollo de
los fotógrafos… sin duda es una figura pública. ¿De verdad que no lo ubicas?
—No. Hoy tampoco pude verlo bien. Creo que no es la primera
vez que intenta pasar desapercibido…
—Y lo logra, pues a ti te ha dejado desconcertada.
—¿Sabes qué? También lo noté nervioso.
—Lo que no entiendo, es qué diablos hacía aquí.
—Me dijo que vino a buscar a un amigo.
—Pues me parece muy extraño. Yo que tú, me andaría con ojo,
no vaya a ser que sea uno de esos acosadores raritos que al final terminan
asesinando a las mujeres que acechan.
Los dos amigos se echaron a reír.
—Chicos—la voz de Gordon, desde la puerta, los hizo voltear a
mirar—. La cafetería se ha llenado, ¿pueden echarme una mano? Megan y Stacy
están abolladas. Pueden volver al descanso cuando haya mermado un poco la
situación.
Carlos y Samanta se miraron y sonrieron. Por supuesto que
ayudarían a Gordon, era lo menos que podían hacer por él.
***
Si había algo que le encantara a Dominik, era sentir el sudor
corriendo por su cuerpo, además de la sensación de sentir su corazón palpitando
frenético.
Corría y corría, amaba hacerlo. Era el momento más especial
del día, pues se conectaba con sus pensamientos, y esa tarde, justo esa tarde,
no podía dejar de pensar en algo específico, o mejor dicho, en alguien.
«¿Pero qué coño es esto?», se preguntó luego del quinto
intento fallido por dejar de pensar en Samanta. No podía entender cómo era
posible que una chica que apenas vio un par de veces lo tuviera tan
intranquilo. Cerraba los ojos, y allí estaba ella, sonriéndole.
—Una vuelta más y terminamos por hoy. Vayan a descansar,
chicos —dijo Ewald, alzando el tono de voz.
Transcurrieron casi dos horas desde que comenzó el
entrenamiento y cada uno de los preparadores físicos cumplió con su papel. Era
el momento de cerrar el entrenamiento con unas cuantas vueltas al estadio. Era
un día previo al partido inaugural y el director técnico no quería exigirle
mucho a sus muchachos, sólo lo necesario para mantener sus músculos despiertos
a atentos para el enfrentamiento del día siguiente.
Mientras uno a uno de sus compañeros iba parando y tomando
sus termos de agua para hidratarse, Dominik decidió ignorar la indicación de su
entrenador.
—Dominik, ya está bien. Vete a descansar —dijo el ex jugador
de fútbol, quien era el encargado de preparar a la selección nacional alemana.
—Aún me queda mucha energía, Ewald —dijo Dom en cuanto pasó
corriendo por un lado del hombre de cabello cenizo y ojos azules expresivos.
—Pues, te recomiendo que guardes un poco de esa energía para
mañana. Jugaremos contra Estados Unidos. No debemos subestimarlos.
—Serán tres puntos que obtendremos fácil —gritó Dominik con
suficiencia.
—Nunca subestimes a un rival, Dominik —le respondió Ewald,
asomando una amplia sonrisa.
El capitán del equipo continúo corriendo por unos 10 minutos
más. Sentía un poco de ansiedad por el inicio del campeonato mundial, y siempre
le hacía ilusión usar la cinta de capitán en su brazo, la que llevaba usando
durante los últimos 3 años.
De repente, el rostro de cierta personita irrumpió en sus
pensamientos, otra vez. Debía verla, hablar con ella… algo. Necesitaba saciar
esa repentina necesidad que sentía por estar con Samanta. En cuestión de
segundos, ideó un plan para escaparse del hotel sin ser visto e ir a entregarle
el iPod a su dueña. «Sí, claro, el iPod», pensó y rió.
***
Por fin su turno concluyó y estaba súper agotada. Los viernes
eran abrumadores. Le hizo una seña a Carlos, indicándole que lo esperaría en el
lugar donde guardaban sus bolsos y pertenencias, pero él le indicó que no
saldría todavía.
—Horas extras —pudo leer en los labios de su amigo, quien la
miró apenado.
Sam asintió y fue a buscar sus cosas. De regreso, se acercó a
su amigo.
—¿Hasta qué hora te quedarás?—Le preguntó.
—No lo sé, Gordon me ha pedido que lo ayude y pues…
—Vale. Te esperaré.
—No es necesario, Sam.
Samanta miró su reloj y vio que eran casi las cinco de la
tarde y recordó que ese día su hermana iría a cenar en casa de unos amigos, así
que no tendría que llegar a preparar la cena.
—Teresa no irá a cenar en casa hoy, así que puedo esperarte
un par de horas, así aprovecho para ponerme al día con mi lectura —dijo ella y
agitó en lo alto su ejemplar de “Mil millas Nilo arriba” de Amelia B. Edwards.
Carlos sonrió y asintió.
—De acuerdo. Salgo a las siete. ¿Me esperarás?
Samanta le respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
Se alejó de su lugar de trabajo, se sentó en unas bancas
metálicas y se dispuso a leer un rato. Se adentró tanto en su lectura que sólo
paraba por momentitos a tomar un sorbo de agua de su termo y continuaba
leyendo. La historia la atrapó en cuestión de segundos, y sin darse cuenta,
habían transcurrido casi tres horas cuando vio su reloj.
Se levantó de golpe de la butaca y miró en dirección de la
cafetería, pero no había señales de Carlos, y se suponía que debió salir hace
15 minutos.
Samanta se acercó un poco para averiguar por qué su amigo
tardaba tanto.
Al mirar con atención, notó que tenían más gente de lo normal
a esa hora. Estaban saturados en el servicio. Carlos miró a Sam con mucha
preocupación es su rostro.
—¡Lo siento! —Pudo leer Sam en los labios de él, quien se le
acercó—. Terminaré de atender a estos clientes y saldré.
—¿Cuánto crees que tardes?—preguntó Samanta.
—Como una hora. Si quieres te vas, debes estar agotada de
tanto esperarme.
—Te he esperado por casi tres horas, por esperarte una hora
más, no creo que me muera —Sam tocó con ternura la mejilla de su amigo—. No me
iré. Te esperaré e iremos a cenar. Hoy es viernes e invito yo.
Carlos sonrió y sintió que su corazón daba un brinco. De
repente deseó poder abrazarla y darle un beso, de esos que roban el aliento,
pero sacudió ese pensamiento de su cabeza. Samanta era su amiga, y nada más.
Sam se retiró para dejar que terminara su jornada. Se sentó de
nuevo en la misma banca donde estuvo hace un momento, y quiso aislarse un rato
del ruido que había en el aeropuerto, así que se dispuso a escuchar música.
Buscó su iPod en su bolso, pero no lo encontró. Lo buscó con desespero, pero no
estaba, y se le hizo muy extraño, pues no lo sacaba desde el día anterior.
Recordó que lo metió en el bolsillo de afuera, al llegar a la cafetería, pero
allí no estaba. Sin más remedio, sacó su celular y se puso los audífonos. No le
gustaba usarlo para oír música, pues la batería se descargaba en un santiamén y
prefería tener el móvil dispuesto por si su hermana la llamaba, pero ese día
hizo una excepción. Subió el volumen a todo lo que daba, para no escuchar nada
más que la música. Cerró sus ojos y recostó su cabeza en el espaldar de la banca. Estaba muy agotada, pero no se iría
sin su amigo.
Mientras tenía sus ojos cerrados y oía la música, pudo percibir
que alguien se sentaba a su lado. Hizo caso omiso y permaneció en su
aislamiento momentáneo.
Percibió un aroma delicioso que le indicó que era un hombre.
Abrió sus ojos y no pudo creer lo que veía… era él.
***
Un chico de ojos azules y hermosa sonrisa, la miraba
fijamente. Verlo tan cerca de ella hizo que se le acelerara el corazón. Con un
movimiento raudo se quitó los audífonos de sus oídos.
—Ho-hola —Sam tartamudeó.
¿Cómo describir lo que sintió Dominik en ese momento? Era
indescriptible. Una mezcla de ansiedad, con nerviosismo y excitación. Ansiedad de
saber más sobre esa chica, nerviosismo por miedo a que alguien lo reconociera y
que en cuestión de segundos el aeropuerto estuviese plagado de fotógrafos de la
prensa, y por último, la excitación del momento.
Logró engañar a su publicista con la excusa de que se
encerraría en su habitación a descansar y ver películas, cuando en verdad había
escapado del hotel disfrazado de camarero. Una vez fuera del hotel se puso un
suéter negro con capucha y un par de gafas de sol, que llevaba en una mochila
improvisada. Aunque fuese de noche, los lentes oscuros siempre le servían para
pasar desapercibido.
—Hola —respondió él con una amplia sonrisa—. ¿Qué escuchas? —Preguntó
con notoria curiosidad, haciendo un gesto para tomar un auricular.
—Amm. Algo de música clásica.
—¿A quién esperas?—Lanzó otra pregunta, y se asemejó a un
niño pequeño, de esos que hacen preguntas acerca de todo.
—A un amigo —Sam farfulló mientras miraba hacia la cafetería,
tratando de evitar cualquier contacto visual con Dominik. Esos ojos azules la
intimidaban.
En ese momento, Samanta se percató de que era la primera vez
que lograba verlo bien. Pudo detallar sus facciones. Una vez más sintió esa sensación de familiaridad, sabía que
había visto ese rostro en algún lado, pero no lograba ubicarlo.
—¿Te gustaría caminar un rato? —Preguntó Dom y Sam se giró
hacia él, asombrada por la propuesta—. Mientras llega tu amigo —Samanta frunció
el ceño— ¿O prefieres esperarlo aquí sentada? —Inquirió él.
Sam asintió con su cabeza y se levantó de la banca, aceptando
la invitación. Le hizo un gesto a Dominik para que se levantara también.
—¿Vamos? —Lo apremió ella.
Dominik se quedó inmóvil, era como si su cuerpo y mente se
hubiesen desconectado. Tuvo que esforzarse mucho para levantarse del asiento. No
entendía sus emociones. A lo largo de su vida sintió cariño y atracción física
por muchas chicas, pero nunca supo, ni tuvo la habilidad, para acercarse a una
de ellas y eso le generó, muchas veces, sentimientos de exclusión, pena y
desolación. La única chica con la cual tuvo una relación afectiva fue Dihanna,
y fue porque ella dio el primer paso. Sin embargo, con Samanta sentía la
necesidad de buscarla, verla, oírla... de gritarle todo lo que sentía. Era como
si ella fuese la cura para su "desapego emocional".
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en Starbucks?—fue lo
primero que se le vino a la mente a Dominik.
—Este lunes que viene cumpliré siete meses —respondió ella.
Dominik caminaba manteniendo la cabeza gacha, no quería
correr con el riesgo de que alguien lo reconociera.
—¿Y qué haces, además de trabajar en la cafetería? —Él tuvo
que girarse un poco para evitar la mirada de una turista que lo miraba.
«¡Mierda! Por favor, que no me reconozca», rogó en su interior.
—¿De quién te escondes? —Samanta soltó la pregunta al notar
el extraño comportamiento del hombre.
Él caminaba tratando de evitar ángulos en los que las cámaras
de vigilancia del aeropuerto pudieran captarlos, además que caminaba cabizbajo,
y con las manos en los bolsillos de su suéter.
—No. No me escondo de nadie. ¿Por qué dices eso? —Dominik
levantó su mirada y volvió a ponerse sus lentes oscuros.
—Sí. Debajo de esa capucha y detrás de esas gafas de sol
—puntualizó ella.
—La capucha es porque tengo frío y los lentes porque soy
sensible a la luz —dijo él con total naturalidad. Dominik poseía el don de la
palabra, era convincente hasta la médula, pero en Samanta no tuvo ese efecto.
—No soy tonta, ¿Dominik? ¿Es así como te llamas, cierto? —Él asintió
con la cabeza—. Estás tratando de pasar desapercibido. ¿Por qué?
—¿En verdad no tienes ni idea de quién soy? —Contestó él, con
otra pregunta.
Sin poder evitarlo se sintió un poco decepcionado. ¿Cómo era
posible que esa mujer no supiera de él? Había
aparecido en los comerciales de Pepsi, Adidas, Rexona, Gillette y Ray-Ban,
durante los últimos 3 años. Su rostro adornaba miles de vallas publicitarias
alrededor del mundo entero.
—Pues con ese disfraz puesto, no puedo reconocerte —se mofó
ella.
Dominik se rió a carcajadas ante en apelativo que usó ella.
No podía negarlo, estaba disfrazado para que no lo reconocieran y al parecer lo
logró con ella.
»Lo cierto es que eres un personaje público —agregó ella—, de
lo contrario no estarías comportándote como una estrella de rock al salir de su
propio concierto.
«Es lista. Muy lista. Sin ninguna duda», pensó él.
—Bueno. La mayoría de mi público es masculino. Es muy raro
que una chica se interese en lo que yo hago.
—¿Acaso eres actor porno? —Samanta se detuvo en el acto y
recordó aquella noche en casa de Carlos, que visitaban perfiles al azar en
Facebook, “buscándole” una chica a su amigo y que de repente un montón de
ventanas emergentes se abrieron, invitándolos a visitar páginas de contenido
pornográfico. La curiosidad de su amigo lo animó a clicar una de las tantas
ventanas y navegaron en una página, donde sin poder evitarlo vieron algunos
videos.
«Eso es. De allí es que se me hace conocido», pensó Samanta y
sintió que los colores subían a su rostro.
Dominik rió a carcajadas ante tal ocurrencia, además por la
cara de espanto de la mujer a su lado.
—No. No soy actor porno —aclaró de inmediato—. Además, según
un estudio realizado por la Universidad de Oxford, el 90% de las mujeres si se
interesan, y mucho, por la pornografía. Agregado a esto, si fuera actor porno
no podría decir que las mujeres no se interesan en lo que hago, pues a todo el
mundo le gusta el sexo.
A Sam le pareció muy osado ese comentario, apenas llevaba
unas horas conociendo ese sujeto y ya estaba hablando de sexo. Por otro lado, a
Dominik le parecía de lo más trivial la conversación, pues siempre estaba
acostumbrado a decir lo que pensaba y a importarle un comino como lo tomara el
resto de la gente que lo rodeaba. Así era él, sin filtro.
Samanta tragó grueso y se vio obligada a carraspear su
garganta antes de hablar.
—¿Entonces qué haces?—Preguntó ella, con notable afán.
—Algo de deporte —contestó él, queriendo restarle importancia
al asunto. No tenía deseos de ahondar en él. Quería saber de ella.
—¿Y además de trabajar, que más haces?—Inquirió Dominik.
—Por ahora sólo trabajo. En un par de semanas sabré si aprobé
la prueba para UCLA o si mi sueño se hará realidad.
—¿Tu sueño?—él la miró con detenimiento.
—Desde que era muy niña, he soñado con estudiar en…
—¡Santo Dios! Hoy ha sido un día de locos —la voz de alguien
que llegaba de repente, interrumpió la conversación. Sam se giró hacia la voz y
miró a su amigo—. Gordon tiene que viajar pasado mañana a Nueva York y me
estaba dando las instrucciones para manejar la cafetería durante los tres días
que estará fuera —continuó hablando Carlos.
—Dominik, él es Carlos, mi mejor amigo —dijo Sam de
inmediato.
—Un placer —Dom extendió su mano hacia el chico que acababa
de llegar.
Sin embargo, el recién llegado se quedó petrificado, sin
emitir ni una palabra. Clavó su mirada sobre Dominik y sus ojos se fueron
abriendo cada segundo un poco más.
—¿Carlos? ¿Te sucede algo —Samanta se sintió preocupada por
la conducta de su amigo. Parecía que estuviera sufriendo un derrame cerebral.
Dominik lo supo, y maldijo su mala suerte. El muchacho lo
reconoció. Sintió ganas de salir corriendo, pero se contuvo. Había regresado al
aeropuerto con el objetivo de obtener, al menos, el número telefónico de
Samanta, y no se iría sin tenerlo. Miró al sujeto que lo observaba con total
excitación y sonrió con timidez, encogiéndose de hombros.
—Dominik “The Bullet” Weigand —farfulló
Carlos.
—¿Qué? —Sam se sintió confundida—. ¿Se conocen?
—¿Estás de broma, Sam? ¡Es La Bala! ¡Dominik Weigand! —Carlos
levantó la voz sin querer y algunas personas que pasaban miraron en dirección a
ellos.
—Por favor, baja la voz —solicitó el aludido.
—Hombre —el recién llegado se llevó las manos a la cabeza,
sin terminar de creer lo que veían sus ojos.
—No entiendo nada —comentó Samanta, alternado la mirada entre
su amigo y Dominik.
—¡Oh vamos, Samanta! No me digas que no lo reconoces —dijo
Carlos. Samanta miró con detenimiento al hombre que estaba a su lado—. Es
Dominik Weigand, el jugador más valioso de la temporada, el más cotizado. ¡Es
una jodida leyenda viviente! —Carlos agitó sus brazos en lo alto, dándole
énfasis a sus palabras.
Dominik se sintió apenado y muy incómodo, pues no le gustaba
ser el centro de atención.
—Creo que será mejor que me vaya —masculló Dom—. Antes que
alguien más me reconozca y en cuestión de segundos esto esté repleto de
corresponsales de prensa.
Samanta sentía que las neuronas de su cerebro no hacían
sinapsis, no lograba procesar tanta información, así de sopetón.
—Lo que hiciste en la final de la Champion… —Carlos siguió
hablando, parecía un niño pequeño frente a uno de sus más grandes ídolos—, fue
ASOMBROSO, como hiciste ese tiro y como lograste engañar al portero en ese
penalti.
—Ha sido un placer verte, Samanta —dijo Dom con voz trémula—.
Ha sido un placer conocerte, Carlos —lo miró a él, con notable incomodidad
reflejada en su rostro.
Samanta todavía estaba en shock, pero de repente, de su boca
salieron unas palabras, una combinación de números.
Dominik frunció el ceño.
—¿Qué?—Preguntó.
—Es mi número telefónico —ella lo miró a los ojos y no pudo
evitar sonreír como tonta.
Le pareció de lo más tierno que Dominik hubiese preferido
mantenerse bajo perfil, ocultando su verdadera identidad. Muy bien habría
podido abordarla diciendo quien era y engatusarla con la imagen del chico
famoso, codiciado y deseado por miles de mujeres, pero no lo hizo. Y eso le
encantó. No quería perder el contacto con él. En ese momento se aferró a la
tonta posibilidad de que él la llamaría.
Dominik sacó su móvil de inmediato y anotó el número que Sam
le indicó, sintiéndose victorioso por haber logrado su cometido.
—Me tengo que ir, debo ir a descansar —dijo Dominik sin poder
quitar sus ojos de la linda chica que lo miraba.
—Buenas noches —susurró ella.
Dom miró a Carlos y asintió con la cabeza.
—Hasta luego —dijo.
—Descansa hombre, mañana tienes que darlo todo —respondió
Carlos.
Dominik sonrió ante el comentario, tomó una gran bocanada de
aire, se giró y se encaminó hacia la salida del aeropuerto.
Sam lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista. Un
codazo le hizo poner los pies sobre la tierra.
—¿Lo que acaba de suceder fue real?
Samanta no pudo contener la risa, su amigo era todo un
personaje. Su pasión por el fútbol era inmensa, y se lo demostró una vez más.
»¿Cuándo coño pensabas decirme que era Dominik Weigand con
quien tropezaste ayer? —continuó Carlos.
Samanta sacudió con fuerza su cabeza, obligándose a
reaccionar.
—Me acabo de dar cuenta de eso, ahorita —respondió ella.
—¡No me jodas, Sam! Su rostro adorna esa valla —Carlos apuntó
con su dedo en dirección a un inmenso cartel que estaba en lo alto de la
entrada de una tienda de artículos deportivos.
—¡Ya decía yo! Su cara me sonaba —farfulló ella.
—Has visto toda la temporada de pre-eliminatorias del
mundial, conmigo, sin mencionar la Champion League—Carlos se mostró indignado.
—Corrección. Leía mientras te acompañaba. Sabes que no me
apasionan los deportes —contestó su amiga—. Discúlpame por no reconocer a un
astro del fútbol.
—¿Y que ha sido eso?—Carlos no pudo evitar sentirse algo,
¿celoso? Por la conducta de su amiga.
—¿De qué hablas?—Sam no entendió la pregunta.
—Escupiste tu número telefónico como si fueses la presentadora
de la lotería.
Samanta rió a carcajadas por la analogía de su ocurrente
amigo, y recordó que le dio su número a Dominik, y lo mejor de todo era que no
se arrepentía de haberlo hecho. Era cierto que no conocía a ese hombre, pero
moría de ganas por hacerlo.
—Vámonos de aquí —dijo ella—. Muero de hambre. Busquemos un
sitio donde comer.
Dicho esto, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el
área de comida del aeropuerto.
***
Una mezcla de sentimientos se arremolinó en el pecho de
Dominik mientras se acercaba a un grupo de taxis. Por primera vez en su vida se
sentía impotente y con ganas de ser alguien más. Deseaba quedarse un rato más,
charlar con Samanta, conocer más a Carlos, pues le pareció un chico bastante
agradable. En ese momento, deseó ser normal, como el resto de los transeúntes
que caminaban por la calle, poder salir a dar un vuelta cuando le apeteciera,
sin sentirse vigilado por miles de personas.
—¿Necesita un taxi, caballero?—Preguntó un hombre regordete
de piel morena y frondosa barba.
Dominik asintió, llevándose las manos a la cabeza para
ajustar su capucha y luego asegurarse de tener bien puestas las gafas de sol.
El taxista abrió la puerta para que se subiera, y él lo hizo de inmediato, sin
siquiera reparar en mirar al sujeto que se ofrecía a llevarlo a cambio de unos
cuantos dólares.
»¿A dónde lo llevo, señor—preguntó el dueño del taxi al subir
al auto.
—Al JW Marriott —contestó Dominik, manteniendo la cabeza gacha
para no arriesgarse a que el sujeto lo reconociera al mirar por el espejo
retrovisor.
—Enseguida —indicó el conductor y puso el auto en marcha.
Fueron casi 50 minutos de camino, en los cuales la cabeza de
Dominik era un completo caos. Los pensamientos lo abrumaban y no le permitían
razonar con claridad, iban desde la sonrisa de Samanta hasta la última jugada
que practicó para el partido del día siguiente. Trató de concentrarse en el
juego que le tocaba jugar al día siguiente, pero era inútil, los ojos de
Samanta irrumpían en sus pensamientos, impidiéndoselo.
El conductor miró un par de veces por el espejo retrovisor y
en una ocasión juró que quien iba en el asiento de atrás, era alguien que vio
antes. Su cerebro trató de hacer las conexiones necesarias para determinar de
quien se trataba, pero abandonó sus intentos al ver como el pasajero se ponía
una chaqueta que dejaba en evidencia que era empleado del hotel al cual indicó que
lo llevara. Al fin de cuentas, el taxista pensó que se trataba de un parecido a
alguna celebridad, con tal, la ciudad estaba llena de ellas.
El auto se detuvo frente a un imponente edificio, y a Dominik
le tomó un par de segundos percatarse de que llegó a su destino. Pagó lo que le
pidió el taxista y bajó del coche sin perder tiempo. Sin perder tiempo buscó en
la mochila que llevaba, el resto del uniforme de camarero que utilizó para
salir. Con suerte lograría pasar entre el par de reporteros de Fox Sport que
yacían en la entrada del hotel. Entró de prisa sin mirar a los lados, caminando
veloz hacia el ascensor. Por suerte no había mucha gente en el lobby, así que
la tarea se le hizo sencilla.
En cuanto estuvo frente al elevador, sacó su tarjeta de acceso
VIP, pues el piso donde se alojaba estaba reservado para la selección alemana.
Así lo solicitó la FIFA, ya que no querían que ninguno de los jugadores,
entrenadores, directores técnicos y asistentes, fueran molestados por nada ni
nadie.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron y la caja
metálica comenzó a ascender, Dominik se deshizo de su “disfraz”, regresándolo
al interior de la mochila que llevaba a cuestas, de la cual sacó un pote de
agua, con la cual se mojó la frente y parte de su camiseta, para simular sudor.
En caso de que alguien lo viese llegando, mentiría diciendo que fue a correr un
rato.
Las puertas se abrieron y Dominik se asomó con cautela, para
cerciorarse que no hubiese nadie en el pasillo, y una vez verificado que no
había moros en la costa, salió casi corriendo hacia la habitación que le
asignaron, deslizó su tarjeta por la ranura y la puerta se abrió.
Dominik dejó escapar un suspiro en cuanto estuvo dentro de su
habitación y agradeció el hecho de que nadie lo vio llegar. Encendió la luz y
dio un salto al ver la silueta de un hombre sentado en el sofá al lado de la
ventana.
—¿Dónde estabas? —La voz de Friedrich hizo que todos los
vellos de su cuerpo se erizaran.
—Ehmmm… Hola Friedrich, salí a correr un rato —Dom titubeó.
—Llevo tres horas esperándote. Te llamé repetidas veces y no
contestaste ninguna de mis llamadas —el hombre sonaba molesto.
—Lo siento, debí distraerme —se excusó Dominik.
—Ya veo—Friedrich se puso de pie—. Descansa. Mañana será un
día muy largo. Sería una pena total que la copa se te escapara de las manos,
luego de que has luchado tanto por llegar hasta ella.
***
Lo primero que hizo al salir de la habitación, fue soltar un
largo suspiro y cerrar sus ojos con fuerza, para reprimir todas esas ganas,
casi sobrehumanas, de gritárselo en la cara, de decirle a Dominik todo lo que
sentía.
Lo amaba desde que eran niños, y tuvo que vivir a la sombra
de una amistad que se debía conformar con un abrazo o un “bien hecho, amigo”.
Era frustrante y estaba a punto de estallar, pero no se atrevía a dejarlo.
Pensar en no verlo siquiera, era algo que le aterraba. Tendría que seguirse
conformando con el cariño fraternal que le ofrecía el hombre por el que perdía
el aliento.
«Falta poco, Friedrich», se dijo para alentarse.
Decidió que se lo contaría todo después del mundial de fútbol,
y que sucediera lo que tenía que pasar. Si su amigo no sentía lo mismo, al
menos habría sido valiente para decirlo, tan sólo esperaba que tal confesión no
se llevara al garete la amistad que tenían. Ahora, si Dominik daba indicios de
sentir algo más que una amistad, eso sería otra historia.
Friedrich guardaba un halo de esperanza, pues su amigo lo
trataba de una manera muy especial. Además de que Dominik nunca se mostró
interesado de verdad por una mujer, las pocas que pasaron por su cama no
pasaban de ser “la novia del momento” o “el amor del verano”. Dom era muy
cariñoso con sus compañeros de selección y eso lo observaba el publicista.
Sonrió al recordar su último cumpleaños y como Dominik le
obsequió un fin de semana en las islas del caribe. Los amigos se divirtieron de
lo lindo, nadando, comiendo mariscos y practicando windsurf. Friedrich deseó más
de una vez dormirse entre los brazos de Dominik o perderse en sus labios, pero
no intentó hacer ningún avance, por miedo al rechazo.
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